¿Por qué a ti te agradan ciertas cosas y te desagradan otras?
¿Cómo ocurre eso de que a ti te agraden unas cosas y te desagraden otras?
¿Cómo ocurre
esta división?
¿Has penetrado
alguna vez en el mecanismo del agrado y el desagrado?
Merece la pena
tratar de profundizar en ello.
Dices:
«A mí me
gusta esta persona, y esta otra no».
¿Por qué?
Y de repente un
día esta no te gusta y te ha empezado a gustar la otra.
¿Por qué?
¿Cuál es el
mecanismo?
¿Por qué te
gusta una persona?
Te gusta una
persona si te permite fortalecer tu ego;
si se convierte en una pantalla y te
ayuda a soñar.
Te gusta una
persona si se ajusta a tu sueño.
Pero si, por el
contrario, una persona no se ajusta a tu sueño, si no te permite soñar, te
desagrada, te molesta.
No encaja, no te
hace de pantalla.
No es pasiva, es
activa;
por eso te desagrada.
Quieres que sea
una pantalla pasiva, para que coopere con lo que sueñes, sea lo que sea.
Un verdadero
Maestro siempre parecerá un enemigo:
este es el criterio para saber si es
verdadero o no.
Un Maestro falso
te ayudará siempre a soñar;
nunca perturbará tus sueños.
Sino que, por el
contrario, te consolará, te dará tranquilizantes.
Te consolará, te
aliviará.
Sus enseñanzas
serán como una hermosa canción de cuna.
Te cantará para
que puedas dormir bien, eso es todo.
Pero un
verdadero Maestro es peligroso.
Acercarse a él
es un peligro.
Te acercas bajo tu propio riesgo, porque no te puede permitir soñar, no te puede ayudar a soñar, ¡porque entonces se pierde todo el propósito!
Él destruirá.
Y los sueños
están muy cerca del corazón.
Crees que tus
sueños son tu corazón, y cuando destruyen los sueños, sientes que te están
destruyendo a ti.
Es como si
alguien te estuviera matando.
Los hindúes se
han dado cuenta de esto, por eso dicen que un verdadero Maestro es como la
muerte.
Cuando te
acercas a un Maestro vas hacia la muerte.
Tendrás que
morir porque, a no ser que mueras, no podrás renacer.
Cuando se rompen
los sueños, la verdad llega a la existencia, la verdad se manifiesta.
El agrado y el
desagrado se deben al ego, y el ego sufre inmensamente.
Cuando no hay
ego no hay cuestión de agrado o desagrado.
OSHO